sábado, 7 de enero de 2012

SATISFACCIONES DE DOLOR… (Julio Santander Villalobos Toscano)

Escribo no para recordar un dolor…

Escribo para que el dolor recuerde, que la grandeza de una vida, depende de la amplitud en que el se proyecte.

Mirar nuestro dolor con un signo de conformismo, es masoquismo.

Mirar el dolor, como se mira un camino largo, el cual tienes que recorrer en medio de tantos obstáculos, para luego lograr la meta… Eso es valoración.

El dolor como todo buen producto etiquetado tiene sus ingredientes: Puede ser una decepción, la ausencia de una esperanza en esta vida o la actitud de nuestros semejantes, ante los parámetros que nos impone la sociedad.

En el desempeño de la labor de forjar realidades, para unos estudiantes que permanecen dormidos en la vida porque no quieren despertar de ese sueño, he tenido decepciones, como aquella, cuando un estudiante abrazado a su pereza, me pregunta… ¿Profe para que vino?

También he tenido satisfacciones, las cuales son mayoría, y para no herir a alguna de ellas, que pueda olvidar al relacionarlas, prefiero mejor no mencionarlas.

… Pero todas estas situaciones son apenas ingredientes.

Porque el propio dolor, fue uno que viví; Y no quiero sepultarlo en el pasado.

Quiero exhumarlo de la tumba del silencio para evocarlo.

Séame permitido la profanación de ese dolor, ante el recuerdo impávido de esa niña.

Cierto día, recorriendo los pasillos de la Institución donde desempeño como docente, me encuentro con una niña que llevan para la Coordinación porque se halla enferma.

Me le acerco y le digo lo siguiente: ¿Qué le pasa a mi princesa?

Ella me responde… Me encuentro muy enferma. Tengo un fuerte dolor de cabeza.

La abrazo, le doy un beso en la frente y le digo que con eso se mejora. La niña sigue su camino.

Una niña de diez años.

Una niña que refleja unos sueños serenos y diáfanos, que se ensanchan ante la vida en diferentes perspectivas para buscar un infinito.

Una niña que no tiene aurora, porque su inocencia las lleva todas.

Transcurrido tres días, me encuentro con la niña, se me acerca, me saluda con un abrazo; en ese momento yo le digo:

Cierta vez había una princesa que estaba muy enferma con dolor de cabeza, pero se presento un príncipe, que le dio un beso en la frente, y la princesa se curo.

Al terminar mis expresiones, la niña responde:

Si, la princesa se mejoro; pero se va a volver a enfermar.

Sorprendido, le pregunto… ¿Por qué te vas a volver a enfermar?

Ella me responde… Porque mis padres se van a separar.

Continúo más sorprendido, porque el momento me impone dos situaciones:

La de contarle un cuento a la niña para que exprese alegría y oculte su dolor…

O la de expresar mi dolor para que comprenda que los adultos también sufrimos cuando una niña carece de alegría.

Pero la niña comprendió mi debilidad, y me demostró fortaleza, al expresarme que a ella, eso no le había dado tan duro como a su hermano menor.

Situación que complico más mi actuación, porque hoy pienso que la niña era más feliz cuando ocultaba su dolor y no cuando lo vio reflejado en mi existencia.